abril 22, 2007

Testimonio (Misión) de una Mamá médico


MEDICINA Y SERVICIO


O más bien dicho... ¿cómo he servido durante mi carrera de médico?...¿he servido?... es la primera pregunta que me surge.

No puedo reflexionar al respecto sin ir más atrás y sentir que sí he servido, a veces más, a veces menos y... desde antes de nacer. Serví, al principio inconscientemente como hija, como hermana, como nieta,... así simplemente por el hecho de existir... pues convertí a una pareja en papás de una niña,...convertí a un hijo único en hijo mayor,...a un par de abuelos en abuelos de una niña que era su segunda nieta,... y con todo lo que ello significa en una familia,...crecimiento,...desarrollo,... camino,... creo que cada uno de nosotros ha servido desde siempre, ninguno de nosotros está de más en esta vida, cada uno tiene una misión que cumplir para permitir que otros puedan hacer lo suyo. Tengo en mi escritorio un pequeño escrito del Santo Alberto Hurtado que dice así: “Cumple tú la misión que te ha sido confiada, tu pequeña misión, la que sólo tú puedes cumplir. Tú sólo en toda la creación puedes llenar esta misión. Si no la realizas quedará sin hacerse ¡tú misión! Misión de generosidad.

Bueno, no sé bien de donde surgió la idea de estudiar Medicina, hay de todo un poco creo yo, algo de genes, otro poco de ejemplo que da un buen profesional... y en esto no puedo evitar recordar a mi Pediatra, un hombre maravilloso que con los años me lo encontré como docente en la Universidad en que estudié,... y no se imaginan lo hermoso que fue eso. Claro, cuando yo era niña eran otros tiempos, no les he dicho algo importante,...la mitad de mi vida he sido médico. Bueno después de este secreto compartido continúo. En aquel tiempo de verdad la vida era más tranquila, cuando me enfermaba, que habitualmente eran las típicas enfermedades infectocontagiosas de la infancia, entiéndase pestes, venía “mi doctor”, tenían que presentarse todos los hermanos a saludarlo, todos recién peinados, sabía en que curso estábamos, nuestros hobbies, sabía nuestra historia familiar. Después de examinarme y dar las indicaciones se quedaba conversando con la mamá en mi pieza, en el pasillo, en la escala,...en el living...y así lentamente seguía su recorrido hasta despedirse. Conversaban de todo, mi mamá quedaba tan tranquila con su visita, yo seguía igual de enferma,...pero ya no había incertidumbre.

Y entré a estudiar Medicina,... dura carrera,...estudiar,...estudiar y estudiar. Me perdí varios panoramas entretenidos. Pero como todos estábamos en las mismas, era un buen panorama quedarse estudiando los fines de semana en grupo, reírnos, comer algo rico y seguir estudiando.

Y egresé convencida que sí era mi vocación, que había escogido bien, que me sentía feliz de ser ”doctora”. Y también lograba definir parcialmente lo que quería de la vida de ahí en adelante. No quería volver a hacer un turno en mi vida, ni entrar a pabellón ni estar en urgencia. Admiro profundamente a los colegas que sí lo hacen, es una labor agotadora, estresante y desgastadora. Pero, yo estaba recién casada y pensaba en algún día ser mamá y criar a mis niños.

Además me di cuenta mientas estudiaba que si algo me fascinaba de la Medicina era la relación con los pacientes, la relación humana, la importancia de la comunicación, el saber escuchar, con atención, con respeto, poniéndome en el lugar del otro a nivel de sus sentimientos, explorar sus mitos, sus creencias, sondear sus expectativas con respecto a mi. También me di cuenta que preocuparme sólo del sistema biológico de la persona era una visión parcial, claro está que frente a riesgo vital es lo único importante. Pero sentí que mi trabajo iba por otro lado, que podía entregar más y mejor de mí en una especialidad que descubrí más adelante, la Medicina Familiar. Allí encontré mi camino, mi servicio, mi misión.

Convencerme que la aparición de una enfermedad en alguien era “la oportunidad” de mi vida para iniciar una relación médico – paciente que perdurara en el tiempo, con seguimiento, con continuidad. El episodio de enfermedad ya había pasado,...nuestra relación se había iniciado y con ello podría trabajar en conjunto con mi paciente y a través de el con su familia, como educadora, facilitando su autocuidado.
Y para lograr esto,...¡la relación humana es tan importante!

Y así he desarrollado mi trabajo siempre en la salud pública, atendiendo a todos los integrantes de una familia; un día me puede visitar la abuela, al día siguiente el nieto y créanme que allí, conociendo más a la familia he descubierto quién es el “dolor de cabeza” en ella, quién es el regulador del sistema, “el buffer”, quién es el encargado de salud en ella. He aprendido con los años a trabajar con la familia, a escuchar, a no descalificar, a no dirigir la orquesta sino a ser un músico en ella; he aprendido que los pacientes no hacen todo lo que les indicamos,...que llegan a su casa y comentan lo que el doctor les dijo y luego deciden en conjunto que harán de todo eso y esto sobre todo en las enfermedades crónicas que los acompañarán toda la vida.

He servido (al menos eso creo) en la salud pública al utilizar en forma racional los recursos, a trabajar de verdad en equipo aprendiendo que no siempre tiene que ser el médico el que lidere los procesos. Pero además, y tal vez más importante aún he aprendido a reconocer y valorar los recursos que el paciente, su familia y su comunidad poseen para el manejo de sus problemas de salud.

Lo que los pacientes me han enseñado ha sido infinito; su cuidado, su prudencia, su respeto me han permitido formarme en temas que no se encuentran en textos ni en todo lo que la tecnología nos ofrece hoy. Me han enseñado a tratar con respeto, intentando comprender su sufrimiento, con compasión, con esperanza, con caridad,...y cuando siento que estoy agobiada, cansada,...cuando siento que no he servido y eso me pasa muchas veces también, cuando ya no quiero escuchar más, ... me miran con paz y me dicen...”está cansada doctora” y como si esto fuera poco, al despedirse me bendicen. ¡me duele el alma cuando me pasa eso!

La imagen de Cristo crucificado es recuerdo constante de nuestra misión; SS Juan Pablo II en el año 1978 dijo: “ser instrumento ministerial del amor de Dios por el hombre sufriente; ser Ministro y colaborador de Dios en la recuperación de la salud del cuerpo enfermo”.

¡Estoy tan lejos de eso aún!... los deseos y los sueños van de la mano. Acompáñame Señor.


Punta de Tralca, otoño 2007